Poner nombre a los sentimientos, relaciones o situaciones, no las cambia. En realidad, es el primer paso para la aceptación e integración.
No solo estás identificando algo, sino que le estás dando el espacio que merece. Reconoces su importancia, favoreces la comunicación y gestión con las personas que tienen “eso” en común contigo.
Evitar ponerle nombre, o definir una situación, indica que tienes miedo, estás a la defensiva o no quieres atender “lo que no debe ser nombrado“.
No poner nombre a una relación, difumina el compromiso; no poner nombre a un sentimiento, dificulta darle utilidad; no ponerle nombre a una entidad o condición, la niega.
Una vez que pones nombre a algo, le dotas de existencia.
No creas que la ausencia de nombre anestesia…duele mucho más lo que no se nombra o de lo que no se habla.
Aclaro que una cosa es nombrar y otra etiquetar.
La etiqueta, en psicología, asigna cualidades mediante las que catalogamos. El nombre designa e identifica.
TODO TIENE NOMBRE, Y SI NO, SE INVENTA. Así se construye la realidad; así identificamos y distinguimos unas cosas de otras, unas personas de otras, unas relaciones de otras, unas emociones de otras; un cronopio de un muggle; un psicólogo de un chamán; la ataraxia de la eudaimonia; a la pedante del gracioso…
Mi nombre es Amelia y soy psicóloga en Cádiz, colegiada Nº 12518.