Cuando uno se compara se pone en marcha un proceso por el que obtiene información de lo que le rodea y de sí mismo, tomando como referencia a los demás.
Es beneficioso cuando aporta MOTIVACIÓN para querer mejorar, para impulsarse.
Pero claro, también usamos fracciones de esa información para autoevaluarnos y esto influencia y modela la autoestima.
Es un poco loco, porque la evolución de tu desarrollo vital, tus mejoras y retrocesos, solo pueden medirse auténticamente tomándote a TI como medida.
Todos tendemos a tomar como referencia a los demás, cuando el único rasero solo puede ser uno mismo; el hombre es la medida de todas las cosas y TÚ ERES LA MEDIDA DE TUS COSAS.
Tu eres tú y tus circunstancias.
Solo vemos de las otras personas lo que nos dejan ver, fragmentos.
Las REDES SOCIALES promueven la comparación y se suele tener la sensación de que lo de uno es peor y que lo que hacen y tienen los demás es mejor.
Comparas el 100% de ti con el 5% que muestran los demás (¿no crees que aquí falla algo?). Por eso, la comparación es la ladrona de la felicidad.
Céntrate en ti, en tus propios objetivos y valores. Deja de mirar el camino del otro y enfócate en el tuyo.
¿Qué puedo hacer con lo que tengo? ¿Cómo puedo mejorarlo? ¿Cómo puedo mejorarme? ¿Qué necesito? ¿Qué deseo?
Ninguna de las respuestas a estas cuestiones pasa por mirar a los demás.
Todo está condicionado por tu genética, tus pensamientos, tus vivencias y tu contexto. Compararte puede confundirte, hacerte sentir insatisfech@, ser competitiv@, envidios@ o insegur@.
Sé que no hacía falta que Protágoras, Ortega y Gasset y Roosevelt hicieran un cameo en esta publicación, pero era necesario para exponerlo bien, igual que terminarla de manera madura con la siguiente reflexión: ¿compararías a Milú, Ideafix, Totó, Pluto o los mosqueperros? Pues cuidadito con hacerlo tú con otros sapiens.
Mi nombre es Amelia y soy psicóloga en Cádiz, colegiada Nº 12518.