Es útil para afrontar los problemas, discrepancias o conflictos que surgen en una relación.
Esos roces constantes que nos ponen de mal humor y van erosionando la convivencia pueden trabajarse y minimizarse.
Es beneficiosa para visibilizar patrones en la comunicación que hacen que la pareja no esté entendiéndose. Suelen ser invisibles y normalizados como parte de la interacción, pero en realidad están dañando y estropeando la relación.
Para gestionar las inevitables crisis por las que pasan todas las relaciones.
Para tomar decisiones.
Para llegar a acuerdos.
Para perdonar.
Para construir un nuevo proyecto.
Para comprender y confiar.
Sirve para explorar por qué hay más momentos de malestar y guerra fría que agradables y de paz y cambiar esa dinámica.
Para ponerse de acuerdo, en un ambiente neutral y sin juicios, sobre asuntos como: gestión de las tareas del hogar, crianza, necesidades no satisfechas, etc.
Sirve para que el conflicto en la relación no se extienda a otras esferas de la vida; para no priorizar a una persona de la relación sobre la otra; que haya simetría y horizontalidad.
¿Y si mi pareja no quiere acudir a terapia conmigo? ¡Pues vente igual! El bienestar que generas trabajando en ti, redunda en tu entorno. Puedes mejorar tu relación mejorándote tú.
Ahora toca apelar al Enunciado de la Indecibilidad de Gödel: “quien forma parte de un sistema no tiene la capacidad de proporcionar una observación y una valoración plena y correcta del mismo.”
Por eso, estés en pareja o sin pareja… acude a terapia cuando sientas que todo se tambalea, da igual si tu terremoto es de uno o de diez grados de intensidad. Aléjate de los sitios peligrosos de los que caen cascotes y refúgiate en un lugar seguro, como: bajo tu sábana, Islandia, un libro de Murakami o la consulta del psicólogo.
Mi nombre es Amelia y soy psicóloga en Cádiz, colegiada Nº 12518.